El Fidus -mi marido- se come éstos a mordidas. La verdad está loco. Luego se pregunta porqué tiene tan mala digestión.
Siempre nos burlamos uno del otro, porque a mí nunca me acostumbraron a comer picante, entonces soy malísima para ello, sencillamente no lo aguanto. Y a él obviamente la comida no le sabe si no pica. Claro, no llega a tanto como esos naquetes que se van de viaje al extranjero y van cargando sus latitas de rajas y sus frascos de salsa para echarle hasta al helado, por lo menos.
A mí me gusta alguna vez que las cosas piquen, por variar. A veces le pongo salsa a los tacos, por ejemplo, apenas nada. Pero eso de que piquen nomás a lo bruto, por picar y ya, sin sabor, pues no lo entiendo. Que te empiecen a llorar los ojos, sientas que echas fuego por la boca, te pongas a sudar como bestia y se te afloje el moco, nomás para que los demás digan, "Ah, bárbaro, cómo aguantas", como que no.
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